Como vimos en la nota
anterior, el nombre no es un adorno, es algo que nos define como personas, que nos
da identidad.
Es factor decisivo en la construcción de nuestra personalidad. Un nombre puede
estar colmado de contenido; o desoladamente vacío. Nos permite ser referentes,
recordados.
Definir un nombre es
una decisión trascendental, así se trate de un hijo, una mascota o un negocio. Por
eso volvemos sobre el tema.
Esta vez, para
repasar algunos ejemplos
de nombres que se han destacado… por muy distintas razones.
Coco Chanel
El que seguramente es el
nombre más conocido -y vigente-, en el mundo de la moda desde hace casi un
siglo
nació en las noches parisinas de los primeros años del siglo XX.
Gabrielle Bonheur Chanel
se ganaba la vida cantando canciones populares en
cabarets, con lo que esperaba obtener dinero
para su otro gran sueño: ser una renombrada modista.
Según algunos biógrafos,
Gabrielle comenzó a ser conocida como la petite Coco, sobrenombre que se
originó en una de las canciones que interpretaba, Qui qu’a vu Coco?, que narraba la historia de una muchacha que
había perdido a su perrito Coco. Según
otros, el sobrenombre hacía referencia a un cariñoso mote que le pusieron las
tías que la cuidaron. Y no falta quien asegura que Coco fuese un apócope de
“cocotte” (mantenida).
Sea como fuere, su
intuición la llevó a adoptar ese sobrenombre para siempre, porque según ella
“sonaba bien” con su apellido. Había nacido Coco Chanel. Un
nombre sinónimo de sencillez, comodidad y elegancia, que gracias a su
extraordinaria habilidad para conectarse con los sentimientos y aspiraciones de
la mujer del siglo XX se convirtió en la marca icónica, moderna e
innovadora,
que dio a luz, entre muchos, al “largo Chanel”, los pantalones femeninos y el
perfume Chanel Nº5.
Coco Chanel murió en
1971. Pero su marca sigue resonando y permanece en el tiempo. Con una reputación que ha
logrado sortear, incluso, las acusaciones de colaboracionista con los nazis,
por lo que fue encarcelada e
interrogada por la FFI (Forces française de l'intérieur), pero finalmente
exonerada.
Coca-Cola
La bebida más popular del
mundo fue creada en 1886 por John Pemberton, en una farmacia de la ciudad de
Atlanta, Georgia. Faltaríamos a la verdad si dijéramos que el éxito de esta
marca se debe a su nombre, pero sí podemos decir que su
nombre constituye lo que se llama un buen comienzo. Creado por Frank
Robinson, el contador de la firma, quien también trazó la caligrafía del
logotipo que con pocas variaciones conocemos hoy en día, lo interesante de este
nombre es que surgió de manera natural: la fórmula de Pemberton era una mezcla
de hojas de coca y semillas de nuez de cola, brebaje que comenzó siendo
comercializado como una medicina para aliviar el dolor de cabeza y las náuseas. Robinson
unió las que consideró palabras claves y escribió la primera página de una
larga historia. Una historia que está íntimamente ligada a la de los Estados Unidos.
La decisión de la
compañía de que su nombre y su producto estuvieran junto a
los soldados en los frentes de batalla fue el gran motor de la globalización de
la marca. Se enviaron funcionarios al frente de batalla -“los coroneles de la
Coca-Cola”-, para asegurar el abastecimiento a todos los hombres de uniforme y
hacerlos sentir “como en casa”. Se suministraron billones de botellas y se
abrieron más de medio centenar de fábricas.
Y en este contexto,
nuevamente un acierto de los expertos en “naming” acercó aún más la marca a sus públicos: en 1941 comienzan
a publicarse anuncios usando el diminutivo “Coke”, nombre amable, corto, sonoro
y fácil de pronunciar. Un apodo amigable con el que hasta el día de hoy se
pide o identifica la bebida en muchos países del mundo.
Colombia
El nombre Colombia proviene
del apellido Colón (Colombo), que a su vez proviene del latín columbus,
que significa paloma, animal que simboliza la paz. Fue concebido por el
venezolano Francisco de Miranda para denominar la unión
de las actuales repúblicas de Ecuador, Colombia y Venezuela, y empleado por
Simón Bolívar para consagrar la República de Colombia, el 15 de febrero de
1819.
Sin embargo, ese nombre
se había mostrado esquivo: en 1830, Venezuela y Ecuador se separaron de
Colombia y la República cambió su denominación por el de República de la Nueva Granada, la cual conservó hasta
1863, cuando pasó a llamarse Estados
Unidos de Colombia.
Finalmente, luego
de 67 años, en 1886, se adoptó el nombre que les da identidad a 45 millones de
personas: República de Colombia.
Si el Padre Bartolomé de
las Casas se hubiera salido con la suya, los colombianos no serían hoy colombianos sino
granadinos, bolivarienses o quién sabe qué. En efecto, el religioso prefería llamar
“Colombo” en lugar de “América” a nuestro continente. Lo cual suena bastante lógico,
ya que el primer viaje de Américo Vespucio a estas tierras fue varios años
después de que Cristóforo Colombo llegara a este continente.
Por lo tanto, él término
“colombiano” podría haber sido el gentilicio del habitante del continente que
hoy llamamos americano. Pero la lógica no siempre prevalece a la hora de
elegir un nombre. Tal vez por eso, a veces se cometen errores como los que
veremos a continuación.
Y en el otro rincón, los innombrables.
El naming es el primer paso para construir el camino
de una marca.
Pero si ese paso no ha sido bien dado, el camino será
corto.
Para alertar sobre los
peligros, a menudo graciosos, que entrañan los avatares del naming, el periodista publicitario Alberto Borrini cita la exagerada
propensión que tenían en una época las tabacaleras norteamericanas a bautizar a
sus innumerables marcas con nombres de ciudades o estados tomados del mapa de
los Estados Unidos.
A su vez, un erudito en
cuestiones vinculadas con la publicidad de automóviles, Luis Melnik, en un
artículo titulado “¡Estos japoneses!” se refiere a los desatinos en que pueden
caer los nombres de algunos modelos de este origen cuando deben ser difundidos
en países que hablan español.
El caso más resonante,
sin duda, es el del Mitsubishi Pajero, palabreja que causó rubores en los conductores de varios
países de Latinoamérica y que, según cuenta Melnik, obligó a la marca a
cambiarle el nombre a su 4 X 4. El Pajero se volvió Montero.
Pero no es el único caso. Nissan le puso Moco a una nueva variedad y, por no quedarse atrás,
su compatriota Mazda llamó Laputa a una de sus creaciones.
Para subrayar la metida
de pata, Melnik añade que estos nombres, como pivotes de frases publicitarias
en idioma español, provocaron calamidades lingüísticas aún mayores.
Algunos ejemplos:
“Al Moco lo puedes
guardar en cualquier sitio”.
“Laputa ha mejorado su
seguridad y ampliado su interior”.
“Laputa sigue estando en
el mismo nivel de precio”.
Se trata, claro, de
excepciones, porque los autos japoneses abundan en nombres mucho más acertados
y sugerentes, como Lexus, Civic, Vitara, Infiniti o Eclipse. Pero la mención de
estos casos no hace más que advertir sobre las precauciones a tomar cuando se
trazan estrategias globales.
De todos modos, sorprende comprobar cómo, más de cien años atrás,
algunos emprendedores visionarios intuyeron estas exigencias, incluso la
circulación global de sus productos recién nacidos, y buscaron, valiéndose
únicamente de su intuición y sentido común, nombres que continúan vigentes pese
al tiempo transcurrido.
Por ejemplo, un nombre
acertado es Kodak, porque el fundador de la empresa, George Eastman, no paró
hasta encontrar uno cuya pronunciación fuese fácil y rotunda en cualquier
idioma.
Pero si no te sentís
capaz de lograr un nombre tan bueno, y lo único que se te ocurre es echar mano
a las primeras sílabas del nombre de tus hijas para bautizar a tu
emprendimiento, lo más recomendable es que recurras a una agencia de
publicidad. El naming también es uno
de nuestros servicios.
Fuentes consultadas: corporate.la, Adlatina,
Alberto Borrini