jueves, 31 de octubre de 2013

Seguimos con los nombres, porque todo empieza con un nombre.

Como vimos en la nota anterior, el nombre no es un adorno, es algo que nos define como personas, que nos da identidad. Es factor decisivo en la construcción de nuestra personalidad. Un nombre puede estar colmado de contenido; o desoladamente vacío. Nos permite ser referentes, recordados.
Definir un nombre es una decisión trascendental, así se trate de un hijo, una mascota o un negocio. Por eso volvemos sobre el tema. Esta vez, para
repasar algunos ejemplos de nombres que se han destacado… por muy distintas razones.

Coco Chanel

El que seguramente es el nombre más conocido -y vigente-, en el mundo de la moda desde hace casi un siglo nació en las noches parisinas de los primeros años del siglo XX.
Gabrielle Bonheur Chanel se ganaba la vida cantando canciones populares en cabarets, con lo que esperaba obtener dinero para su otro gran sueño: ser una renombrada modista.
Según algunos biógrafos, Gabrielle comenzó a ser conocida como la petite Coco, sobrenombre que se originó en una de las canciones que interpretaba, Qui qu’a vu Coco?, que narraba la historia de una muchacha que había perdido a su perrito Coco. Según otros, el sobrenombre hacía referencia a un cariñoso mote que le pusieron las tías que la cuidaron. Y no falta quien asegura que Coco fuese un apócope de “cocotte” (mantenida).

Sea como fuere, su intuición la llevó a adoptar ese sobrenombre para siempre, porque según ella “sonaba bien” con su apellido. Había nacido Coco Chanel. Un nombre sinónimo de sencillez, comodidad y elegancia, que gracias a su extraordinaria habilidad para conectarse con los sentimientos y aspiraciones de la mujer del siglo XX se convirtió en la marca icónica, moderna e innovadora, que dio a luz, entre muchos, al “largo Chanel”, los pantalones femeninos y el perfume Chanel Nº5.
Coco Chanel murió en 1971. Pero su marca sigue resonando y permanece en el tiempo. Con una reputación que ha logrado sortear, incluso, las acusaciones de colaboracionista con los nazis, por lo que fue encarcelada e interrogada por la FFI (Forces française de l'intérieur), pero finalmente exonerada.


Coca-Cola

La bebida más popular del mundo fue creada en 1886 por John Pemberton, en una farmacia de la ciudad de Atlanta, Georgia. Faltaríamos a la verdad si dijéramos que el éxito de esta marca se debe a su nombre, pero sí podemos decir que su nombre constituye lo que se llama un buen comienzo. Creado por Frank Robinson, el contador de la firma, quien también trazó la caligrafía del logotipo que con pocas variaciones conocemos hoy en día, lo interesante de este nombre es que surgió de manera natural: la fórmula de Pemberton era una mezcla de hojas de coca y semillas de nuez de cola, brebaje que comenzó siendo comercializado como una medicina para aliviar el dolor de cabeza y las náuseas. Robinson unió las que consideró palabras claves y escribió la primera página de una larga historia. Una historia que está íntimamente ligada a la de los Estados Unidos.

La decisión de la compañía de que su nombre y su producto estuvieran junto a los soldados en los frentes de batalla fue el gran motor de la globalización de la marca. Se enviaron funcionarios al frente de batalla -“los coroneles de la Coca-Cola”-, para asegurar el abastecimiento a todos los hombres de uniforme y hacerlos sentir “como en casa”. Se suministraron billones de botellas y se abrieron más de medio centenar de fábricas.
Y en este contexto, nuevamente un acierto de los expertos en “naming” acercó aún más la marca a sus públicos: en 1941 comienzan a publicarse anuncios usando el diminutivo “Coke”, nombre amable, corto, sonoro y fácil de pronunciar. Un apodo amigable con el que hasta el día de hoy se pide o identifica la bebida en muchos países del mundo.

Colombia

El nombre Colombia proviene del apellido Colón (Colombo), que a su vez proviene del latín columbus, que significa paloma, animal que simboliza la paz. Fue concebido por el venezolano Francisco de Miranda para denominar la unión de las actuales repúblicas de Ecuador, Colombia y Venezuela, y empleado por Simón Bolívar para consagrar la República de Colombia, el 15 de febrero de 1819.
Sin embargo, ese nombre se había mostrado esquivo: en 1830, Venezuela y Ecuador se separaron de Colombia y la República cambió su denominación por el de República de la Nueva Granada, la cual conservó hasta 1863, cuando pasó a llamarse Estados Unidos de Colombia.
Finalmente, luego de 67 años, en 1886, se adoptó el nombre que les da identidad a 45 millones de personas: República de Colombia.
Si el Padre Bartolomé de las Casas se hubiera salido con la suya, los colombianos no serían hoy colombianos sino granadinos, bolivarienses o quién sabe qué. En efecto, el religioso prefería llamar “Colombo” en lugar de “América” a nuestro continente. Lo cual suena bastante lógico, ya que el primer viaje de Américo Vespucio a estas tierras fue varios años después de que Cristóforo Colombo llegara a este continente.
Por lo tanto, él término “colombiano” podría haber sido el gentilicio del habitante del continente que hoy llamamos americano. Pero la lógica no siempre prevalece a la hora de elegir un nombre. Tal vez por eso, a veces se cometen errores como los que veremos a continuación.

Y en el otro rincón, los innombrables.

El naming es el primer paso para construir el camino de una marca.
Pero si ese paso no ha sido bien dado, el camino será corto.

Para alertar sobre los peligros, a menudo graciosos, que entrañan los avatares del naming, el periodista publicitario Alberto Borrini cita la exagerada propensión que tenían en una época las tabacaleras norteamericanas a bautizar a sus innumerables marcas con nombres de ciudades o estados tomados del mapa de los Estados Unidos.

A su vez, un erudito en cuestiones vinculadas con la publicidad de automóviles, Luis Melnik, en un artículo titulado “¡Estos japoneses!” se refiere a los desatinos en que pueden caer los nombres de algunos modelos de este origen cuando deben ser difundidos en países que hablan español.
El caso más resonante, sin duda, es el del Mitsubishi Pajero, palabreja que causó rubores en los conductores de varios países de Latinoamérica y que, según cuenta Melnik, obligó a la marca a cambiarle el nombre a su 4 X 4. El Pajero se volvió Montero.


Pero no es el único caso. Nissan le puso Moco a una nueva variedad y, por no quedarse atrás, su compatriota Mazda llamó Laputa a una de sus creaciones.

Para subrayar la metida de pata, Melnik añade que estos nombres, como pivotes de frases publicitarias en idioma español, provocaron calamidades lingüísticas aún mayores. 
Algunos ejemplos:

“Al Moco lo puedes guardar en cualquier sitio”.

“Laputa ha mejorado su seguridad y ampliado su interior”.

“Laputa sigue estando en el mismo nivel de precio”.

Se trata, claro, de excepciones, porque los autos japoneses abundan en nombres mucho más acertados y sugerentes, como Lexus, Civic, Vitara, Infiniti o Eclipse. Pero la mención de estos casos no hace más que advertir sobre las precauciones a tomar cuando se trazan estrategias globales.

De todos modos, sorprende comprobar cómo, más de cien años atrás, algunos emprendedores visionarios intuyeron estas exigencias, incluso la circulación global de sus productos recién nacidos, y buscaron, valiéndose únicamente de su intuición y sentido común, nombres que continúan vigentes pese al tiempo transcurrido.


Por ejemplo, un nombre acertado es Kodak, porque el fundador de la empresa, George Eastman, no paró hasta encontrar uno cuya pronunciación fuese fácil y rotunda en cualquier idioma.

Pero si no te sentís capaz de lograr un nombre tan bueno, y lo único que se te ocurre es echar mano a las primeras sílabas del nombre de tus hijas para bautizar a tu emprendimiento, lo más recomendable es que recurras a una agencia de publicidad. El naming también es uno de nuestros servicios.


Fuentes consultadas: corporate.la, Adlatina, Alberto Borrini

martes, 15 de octubre de 2013

¿Qué nombre le ponemos a la criatura?

En un barrio de Filadelfia hay un establecimiento llamado Ed´s Beer Store (la tienda de cerveza de Ed). Es un nombre absolutamente trivial. Pero los clientes saben con certeza lo que pueden conseguir allí. Y en caso de tener alguna queja, saben con quién tienen que hablar. Pero, ¿qué pasa con las empresas cuyos nombres son inventados y no significan nada por sí mismos? ¿Qué sucede cuando el nombre no dice a los potenciales clientes nada sobre el tipo de negocio al que se dedica la empresa?

Desde que los mercados se han vuelto globales y muy competitivos, la actividad de encontrar los nombres adecuados para empresas, productos y servicios (lo que hoy denominamos “naming”) es motivo de intensas y costosas indagaciones por parte de hombres de marketing, publicitarios, investigadores, semiólogos y sociólogos.
Ésta será, como dicen, la era de la imagen, pero la inmensa mayoría de nosotros se sigue comunicando con palabras.

Pese a que el gurú David Reibstein, de la Wharton School, sostiene que “el nombre es lo de menos”, su elección plantea arduos problemas a empresas y marcas, cuya preocupación inicial es diferenciarse y ser recordadas.

Cuestión de identidad

El nombre es el primer paso en el logro de la identidad, se trate de una persona o de un objeto. En cuanto nacemos nos dotan de un nombre que en adelante servirá para identificarnos. Y lo mismo ocurre con una mayonesa, un lavarropas, un auto o un celular.

En un principio, los nombres peculiares no significan nada por sí mismos. Pero si se respaldan con una buena campaña de marketing acabarán significando lo que las empresas deseen. O sea: un nombre no dice demasiado sin una estrategia de marca que lo apuntale. ¿O acaso el nombre Colgate hace pensar en el modo imperativo del verbo colgar?

Dos de los nombres más famosos surgidos durante las últimas décadas son Amazon y Starbucks. ¿Significa Starbucks café? Rotundamente no. La mayoría de estos nombres no significan nada. Pero cuando una empresa se empieza a dar a conocer, a partir de allí se crea una imagen.

Pensemos en los nombres como grandes navíos vacíos que con el tiempo se pueden ir llenando con asociaciones de ideas positivas.
El éxito de un nombre dependerá mucho más de la puesta en marcha de la estrategia de marca que del nombre en sí mismo.

Reibstein señala que, tanto para elegir el nombre de la empresa como el de uno de sus productos, las tres cosas más importantes que deben considerarse son: asegurarse de que legalmente tiene derecho a utilizar esa palabra, de que la palabra no signifique algo embarazoso o negativo en un idioma extranjero, y que la palabra no implique alguna connotación no deseable. La mayoría de las veces, siempre y cuando no elijamos un nombre con connotaciones negativas, podremos crear la imagen que deseamos.

Un nombre que podemos considerar desacertado, por ejemplo, es Monday, el término elegido para designar a una división de la consultora Price Waterhouse Coopers. Debido a la asociación de ideas negativas relacionadas con Monday –el comienzo de una  horrible semana laboral en la mente de muchos-, la empresa debería haber elegido otro nombre. Friday (viernes), sin ir más lejos, hubiera sido mucho mejor.

¿Son algunos nombres intrínsecamente mejores que otros?

Una cosa importante es la “pronunciabilidad". Otra es el grado de significado cultural que el nombre parezca tener. Si el nombre se relaciona con cierta cultura, a veces puede ser positivo. Un agua mineral con un nombre distintivamente europeo, por ejemplo, puede resultar más exótica y atractiva para el consumidor americano que un agua embotellada en su país.

El especialista en comunicación Joan Costa, que trabajando para grandes firmas de Europa y América tuvo que bautizar a muchas criaturas comerciales, resume así los requisitos a tener en cuenta para la elección de un nombre:

-Brevedad. Cuanto más breve, mejor se integra al lenguaje corriente, es más rápido de pronunciar y retener.

-Eufonía. Es decir, que suene bien al oído.

-Pronunciabilidad. Cualidad que es dada automáticamente por la aplicación de los dos primeros principios (recordemos las dificultades de la mayoría de la gente para pronunciar el nombre de aquella gaseosa llamada Mountain Dew, o de los cigarrillos Viceroy).

-Recordación. Mientras un genérico, gasolina por ej., cambia de un idioma a otro, el de una marca o una empresa debe ser estable y no traducible.

-Sugestión. Es el más difícil de medir de los cinco elementos, pero muy importante. Puede obedecer a una evocación agradable, de carácter onomatopéyico, como Cracker Jack, o a otro motivo de parecida sugestión.

A su vez, el consultor Ricardo Palmieri agrega estas recomendaciones:

  • -      Si se utiliza un apellido, hay que considerar que los de origen español tienden a convertirse en “transparentes”: no se ven ni se recuerdan, o se confunden unos con otros.
  • -      El exceso de consonantes los hace poco recordables, es preferible simplificarlos o pasarlos a su versión fonética.
  • -      Una denominación de fantasía vinculada con la actividad ayuda a la memorabilidad.  Una empresa que fabrica velas para barcos estará mejor posicionada en la memoria de la gente si adopta el nombre “Velas Barlovento” o alguno similar. La vinculación también puede ser más tangencial, usando palabras inventadas pero que remitan al rubro
  • -      Para adyudar a la memorización también puede recurrirse a los juegos de palabras, como “Torre de Pizza” para una pizzeria.
  • -      Finalmente, el uso de siglas es desaconsejable, no sólo por su profusión, sino porque resultan difíciles de recordar. Salvo que se trate de la CIA o de la AFIP...


A medida que las empresas adoptan estrategias de marca cada vez más globales, deben buscar nombres -tanto para ellas como para sus productos-, con escasa o ninguna asociación de ideas previa o que no tenga diferentes significados en distintos idiomas.
Más adelante volveremos sobre este tema, pero recordemos aquí el caso de un modelo de Chevrolet, Nova, que debió ser cambiado porque en los países de América Latina se prestaba a burlas; es que, silabeado, equivalía a “no va”, es decir “no anda”, algo sin duda grave para un automóvil.
Con imaginación se pueden crear nombres de marcas para cualquier cosa que sea pronunciable. Si queremos que haya cierta asociación y emitimos un mensaje simple y coherente, podremos crear todas las asociaciones de ideas que queramos para nuestro nombre. Pensemos que los nombres de numerosas marcas son nombres de personas, los cuales, a su vez, son inventados.

La poesía del Naming

Por todo lo expuesto, las empresas ponen cada vez más cuidado en la creación e investigación de sus marcas. Para no caer en el derroche que supone elegir un nombre inapropiado y difundirlo a los cuatro vientos
llegan incluso a emplear computadoras, con las que pueden hacer todas las combinaciones y someterlas después a exhaustivas pruebas idiomáticas. O incurren en el extremo de contratar… ¡a un poeta! Como el curioso caso del español Fernando Beltrán, citado por el periodista Alberto Borrini.

Beltrán, autor de varios libros y ganador de algunos premios literarios, debió intentar varios trabajos para poder sobrevivir. Hasta que ingresó como empleado en una agencia de publicidad hacia finales de los 80. Allí detectó que el naming era un métier que no estaba profesionalizado. Y que por esa época, en su país, no se les dedicaba el tiempo, el esfuerzo y el dinero que merecía. Se convirtió entonces en consultor en la especialidad.

Abrió su consultora, “El nombre de las cosas”, y su primer cliente fue un Parque Biológico de Madrid que no andaba nada bien. Era un espacio lleno de mariposas, con un Polo Norte en miniatura, pingüinos de verdad y una miniselva con monos. Lo rebautizó Faunia y el negocio comenzó a prosperar.
Para cuando una empresa telefónica lo llamó para bautizar a su división móviles y le puso Amena, Beltrán ya era un profesional respetado y sus honorarios iban desde 1.000 euros hasta un tope de 12.000.

El caso puede resultar gracioso, pero hay que admitir que l
a poesía, en verdad, tiene algunos aspectos comunes con la ciencia del Naming: maneja un amplio vocabulario, cuida la eufonía, la pronunciabilidad y también el impacto.

Para no hacerla más larga, convengamos finalmente que un nombre adecuado puede ayudar a diferenciar y a recordar a una empresa, pero hasta ahí llegan sus ventajas. En la práctica, los nombres no parecen tener tanto peso como para compensar las experiencias que hayan tenido los consumidores con la empresa.

Salvando este detalle, un nombre bien elegido, seguido por una comunicación apropiada, se convertirá en el activo más valioso de una compañía: la marca.

Fotos: Fernando y Leandro Marinelli
Agradecemos la colaboración de Alberto Borrini y Ricardo Palmieri