viernes, 19 de julio de 2013

Los siete pecados más comunes de la publicidad

Transgresión innecesaria y ofensiva. Discriminación. Exceso de volumen. Saturación por repetición. Grosería y malas palabras. Abuso de la PNT. Eclipse del producto o servicio. Aunque la publicidad goce de mejor fama que los propios programas de TV, por eso mismo debería no incurrir en ninguna de estas faltas tan comunes.

En una época solía decirse que los anuncios publicitarios, pese a sus faltas, eran mucho mejores que los programas de televisión con los que convivían. Hoy, sobre todo con la proliferación de la TV por cable y cierta crisis que atraviesa la creatividad, puede que el panorama haya cambiado un poco. Los avisos siguen siendo mejores en aspectos como la creación y la producción, pero también en lo que se refiere a la ética.
Si el organismo de regulación del contenido de los medios audiovisuales fuese tan celoso de sus obligaciones como lo es la entidad responsable de la autorregulación publicitaria, creada y manejada por los anunciantes y las agencias, algunos de los actuales programas seguramente serían levantados después de las primeras emisiones.

La publicidad supo conquistar una buena imagen en los últimos treinta años, debido básicamente a la calidad del espectáculo, el uso del humor, los efectos especiales, la variedad de recursos y técnicas, y también por los servicios que presta no sólo en el sector comercial, sino también en el social, ayudando en la difusión de causas de bien público.
Preservar esa imagen debería ser una preocupación permanente de anunciantes, agencias y medios, porque de lo contrario los excesos, cuando son rechazados por el público, y motivan la intervención de las autoridades, suelen provocar sanciones más severas y a menudo inapelables.

Sin ánimo de caer en la pacatería, el periodista especializado en publicidad Alberto Borrini ha clasificado algunos de esos desbordes, con la intención de llamar a una reflexión para mantener, y si es posible aumentar, la buena imagen de la publicidad. No menciona casos particulares -a excepción de uno- porque, como suele decirse, se denuncia el pecado pero no el pecador.

1) Trasgresión innecesaria y ofensiva. En la publicidad actual hay una inclinación a la trasgresión, que en el campo internacional Benetton llevó a su mayor climax hasta que, asediada por denuncias y reclamos, la firma italiana se vio obligada a comenzar una nueva etapa. La trasgresión moderada, y sazonada con humor, es un recurso efectivo, incluso simpático; los excesos, en cambio, pueden ofender al público y dañar a la marca que la utiliza. Abusar de la trasgresión no es sólo una prueba de irresponsabilidad, sino también de pobreza creativa.

2) Discriminación. La publicidad argentina discrimina a los mayores de cuarenta. La mayor parte de los anuncios, en especial los que se emiten por medios audiovisuales, están dirigidos a los jóvenes. Emplean códigos, términos y formas narrativas que quedan fuera del alcance de los mayores. Lo cual no estaría mal, salvo cuando incurren en este pecado incluso productos que los tienen entre sus potenciales compradores.

3) Exceso de volumen. Es bastante común que los canales suban el volumen del sonido de los comerciales, y también de las promociones de sus programas. Esto obliga al televidente a usar el control para bajarlo, gesto riesgoso porque el aparatito puede llevar a la práctica del zapping. O a silenciar directamente el mensaje.

4) Saturación por repetición. Aunque el espíritu inicial del sistema de TV por cable fue permitir ver los programas sin interrupciones comerciales, hoy en día los anuncios son más intrusos en el cable que en la televisión abierta. En último caso, la publicidad debería limitarse a las puntas de los programas. Pero más allá de interrumpir varias veces la proyección de largometrajes, es frecuente ver dos y hasta tres veces el mismo anuncio... incluso durante la misma tanda! Y no se trata de distintos mensajes de una misma marca, sino del mismo anuncio de la misma marca. La misma historia una y otra vez. Como un buen chiste que, contado hasta el hartazgo, termina por aburrir. Un comercial memorable, seguramente, no necesitaría tanta inversión para cumplir con su cometido.

5) Groserías y malas palabras. Es difícil pretender que la publicidad eduque. Pero no debe anular los esfuerzos que, en ese sentido, hacen padres y docentes. De nuevo, son los programas los principales pecadores en este aspecto, pero la publicidad está obligada a hacer mejor letra, porque las infracciones que comete pueden volverse como un boomerang contra ella y contra las marcas que la pagan.

6) Abuso de la PNT. Los avisos insertados en la artística de los programas anulan uno de los mejores argumentos de la publicidad en las tandas: su carácter franco, transparente, de dar la cara como lo que es: un mensaje parcial que se sobreentiende pagado por los anunciantes. La que va en programas es otra cosa. La Publicidad No Tradicional puede ser un recurso valioso cuando se hace con creatividad y responsabilidad. Pero quebrar un relato deportivo, por ejemplo, para mostrar y alabar una pomada contra las hemorroides, es un retroceso creativo y una flagrante muestra de mal gusto.

7) Eclipse del producto o servicio. El vuelco de la publicidad hacia el espectáculo y el entretenimiento en general resulta beneficioso, porque en el fondo constituye una compensación a los lectores y televidentes que están obligados a ver anuncios de productos que no pueden o no quieren comprar. Pero cuando los artificios del mensaje o la búsqueda de lucimiento de sus autores distraen al punto de dejar en un segundo o tercer plano al producto, e incluso a desvincularlo de la historia o el gag, se incurre en un derroche inadmisible. Experiencias realizadas demuestran que, cada vez más, la gente recuerda escenas completas de los anuncios, pero olvida los nombres de las marcas que pagaron la factura.


Fuente: Alberto Borrini, Los siete pecados veniales de la publicidad.